“El libro de las tierras vírgenes”.
El título no destacaba, no me
llamó ni movió nada en mi interior, lo tomé por la simple razón de que era su
turno. Tenía 13 años cuando decidí leer todos los libros del mueble que había
en la casa, sin importar la temática, uno a uno, aleatoriamente. La colección
de libros de mis padres era meramente decorativa: había títulos de finanzas,
religión y literatura. De los últimos, ningún título de los clásicos, nada de
autores conocidos, al menos eso creía.
El libro era un poco viejo, una
edición española de 1971, con un desgaste normal aunque no había sido leído
quizás en por lo menos 15 años. La ilustración de la portada mostraba un
estanque al atardecer en el que bebían un tigre y dos elefantes. Dominando la
escena, un tercer elefante barritaba mientras un chiquillo, desnudo, observaba
la escena sentado entre el follaje. Finalmente, un antílope parecía retirarse
del lugar, quizás por temor al tigre. La contraportada contenía reseñas de
otros títulos de la editorial, no había más indicios de la historia, sólo al
abrirlo y leer el índice supe de qué se trataba.
Éste señalaba un prólogo del
autor seguido de varios títulos. “Los hermanos de Mowgli” era el primero, en
aquel momento reconocí el nombre.
En ese entonces no había visto la
película animada de Disney, “El libro de la selva”, pero si leí una versión
impresa, en formato de historieta que me encontré en una biblioteca en El
Grullo. La historia de un niño rescatado por una pantera negra, quien lo
entrega a una familia de lobos, y se cría en la selva, de la que tiene que huir
porque es perseguido por un tigre, no me pareció entonces nada especial.
Elefantes que marchan, monos que bailan, un oso locuaz y festivo, unos buitres
estrafalarios y una serpiente hipnótica, significaron demasiada ingenuidad para mis
gustos de aquellos años, a pesar del drama de la pelea final y esa escena en la
que Baloo parece estar muerto, asesinado por un Shere Khan fuera de sí.
Así que mi primera sorpresa fue enterarme
de que esa película era una adaptación, o mejor dicho, que estaba basada en una
obra literaria.
Cuando terminé el primer cuento,
“los hermanos de Mowgli”, no lo podía creer.
¿En realidad se habían basado en
esa maravillosa y poderosa historia para crear aquella insulsa caricatura?
Al terminar de leer todos los
cuentos relativos a Mowgli, con lágrimas en los ojos juré nunca ver la
película.
La literatura y el cine son
diferentes en su esencia, en cuanto a
sus formatos, los códigos que les dan forma e incluso en las intencionalidades
que tienen. De allí que las adaptaciones y las interpretaciones o versiones
sean un desafío para el espectador. El lector que se enamora de una obra literaria,
de sus personajes, tramas y subtramas, difícilmente encontrará una versión
cinematográfica que llene sus expectativas. Lo mejor que le puede pasar es
encontrarse con una película que lo sorprenda, que la interpretación que hace
el director le genere empatía y simpatía, y le despierte tantas emociones como
lo hizo el libro.
En este caso, lo único que
despertó en mi fue algo muy parecido al odio, y aunque mi reconciliación con
Disney llegó con “El rey león”, nunca pude perdonar a “El libro de la selva”.
Así pasé entonces 25 años de mi
vida, evitándola.
Hace dos años Disney lanzó una
nueva versión con imágenes reales y digitales, decidí que no la vería, pues los
cortos mostraban que no sería otra cosa que lo que leí en aquella historieta,
sin embargo, cuando vi el avance de una versión presentada por Warner, a pesar
de dos detalles en el tráiler que no me gustaron, la expectativa que generó en
mí fue tal, que decidí que ésta si debía verla pero, además, antes vería otras
versiones, incluyendo las de Disney, para poder comparar.
Entonces lo hice.
Si bien es de sobra conocido que
Disney hace de historias reales, sangrientas, tristes y crudas, fantasías
perfectas, no es lo mismo tratar con un cuento de la tradición popular que con
una obra literaria, de un premio Nobel, considerado uno de los grandes clásicos
de la literatura universal.
Esa, para mí es la gran ofensa
que se hace a la obra, además de caricaturizar y convertir a personajes
complejos en bufones, reducir una historia rica en detalles, motivaciones y
trasfondos sumamente poderosos, en simples anécdotas.
Una película basada en una obra
literaria no está obligada a transcribirla, claro. Es una obra distinta. Pero
si tergiversa y replantea tantos detalles sustanciales que tocan el alma de la
historia, se convierte en una obra lejana, ajena, bastarda.
Eso es lo que pasa con lo hecho
hasta hoy, espero que no ocurra con la que viene.


2 comentarios:
Disney es, pues, un pintor de colores ilusiorios tanto de la realidad como de la literatura, sin importar lo excelsa que ésta sea. Sólo por atrapar el corazón de sus clientes masivos: los niños. Y, si ellos son felices, los papás también. Qué bueno que las películas no sean tan buenas como los libros, mi estimado. ¿Quién querría volver a tomar un libro, incluso al azar, como tú?
El problema para mí es crear obras que no trascienden, bonitas, sí, pero anecdóticas. "El Rey León" toma a Hamlet y crea una película poderosa, con un trasfondo complejo, y "El libro de la Selva" tiene todo para lograrlo, pero se queda en lo fantasioso, y lo peor, para mi es que no remite al libro para nada, la prueba está en que la mayoría de las personas con las que hablo del tema desconocen la existencia del libro a pesar de haber visto la película y declararse fans de ella.
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